lunes, 28 de enero de 2008

Mercado semaforizado

Uno de los temas que históricamente más debate ha generado en el estudio de la teoría económica es el del funcionamiento del mercado(1). Es un tema que polariza y genera radicalismos, ya que es básico en la búsqueda a una respuesta de por qué algunos países se desarrollan económicamente y otros no. Frente a este cuestionamiento se han fijado dos proposiciones básicas: están los que afirman que el Estado o gobierno debe controlar el funcionamiento del mercado para regular los precios y los bienes o servicios que ahí se transan. De otro lado, están los que afirman que el mercado debe funcionar sin ningún control por parte del gobierno y que sean simplemente las fuerzas de la oferta y la demanda las que determinen las dinámicas de funcionamiento del mercado.
Ambas posiciones obviamente formulan argumentos de por qué su propuesta es válida y por que la propuesta ubicada en la otra orilla no. Y así, históricamente los analistas económicos se han decantado por una de las dos propuestas para determinar porque se da el crecimiento y desarrollo económico de los países. Como se observa, ambas posiciones se ubican en las antípodas de la política económica, específicamente en la que relaciona la dinámica del Estado con el mercado.
A partir de este marco introductorio, se puede entonces formular una hipótesis alternativa tomando como referencia el postulado aristotélico acerca de la virtud. “Aristóteles afirmaba que las conductas virtuosas guardan un equilibrio entre dos extremos que expresan características opuestas: el exceso y la carencia(2)”. En el caso del mercado y el Estado, los extremos se dan por la propuesta de la regulación total por parte del Estado hacia el mercado y su antípoda, que propone una nula intervención. En este contexto por qué no hablar entonces de una intervención aristotélica, en la que el estado está presente, pero da un amplio margen de maniobra al funcionamiento autónomo del mercado. En otras palabras: un funcionamiento virtuoso del mercado que no se incline a alguno de los dos extremos.
Un argumento para respaldar la hipótesis, como en muchos de los temas de las ciencias sociales, es el uso del símil. El símil se entiende como una analogía en la que los elementos relacionados son presentados como iguales en cuanto a una cualidad. En este caso, el símil que se pretende hacer es el del mercado con las vías y el tráfico de una ciudad.
Las vías serían entendidas como los mercados que el gobierno ha diseñado para que los automóviles (agentes del mercado –oferentes y demandantes de bienes y servicios-), puedan interactuar allí. Además, un elemento importante en el análisis, es que así como no todos las personas tienen la capacidad de tener un automóvil y transitar en las calles, no todas los agentes del mercado pueden tener su propia empresa, así que para movilizarse (interactuar en el mercado), deben recurrir a un transporte masivo (una empresa en la que puedan laborar).
En este contexto, el punto en el que puede verse con mayor claridad el símil planteado, es en el de los semáforos y las señales de tránsito. Estas herramientas están dispuestas para informar, prevenir y reglamentar el funcionamiento del tránsito en una ciudad. En condiciones de funcionamiento normal, se supone que todas las personas conocen y respetan las señales y los semáforos y la organización de estas, se dispone para incrementar el flujo y la eficiencia en el transporte.
En ese orden de ideas, trasladando este análisis al funcionamiento del mercado, una intervención estatal, implica que el Estado se encargaría de dirigir y en algunos casos restringir la manera como los automovilistas se movilizan por la ciudad, prácticamente diciéndoles por donde deben manejar y hacia donde deben dirigirse, teniendo como consecuencia esto, que las personas tendrían que circular a través de sus automóviles por donde les imponga el gobierno sin importar si quieren o pueden hacerlo.
El otro extremo estaría dado por el caso en el que existen las vías pero ningún tipo de regulación y cada automovilista es libre de decidir por donde ir sin ningún tipo de indicación o restricción. Para ver las consecuencias que esto acarrearía basta con observar un cruce vehicular de alto flujo en el que el semáforo se ha dañado: es un caos total y cada persona buscando su propio interés no actúa como lo predice Adam Smith y su teoría de la mano invisible(3), sino que enreda cada vez más el tráfico y dificulta la movilidad.
Para el caso del funcionamiento del mercado, este ejemplo nos mostraría que una libertad total sin restricciones ni indicaciones genera caos, porque el mercado está lejos de ser perfecto y puede generar perjuicios para algunos de los agentes que se mueven en él. Por esta razón, el mejor funcionamiento del tráfico de una ciudad, se da cuando los automovilistas tienen total autonomía y libertad para moverse por donde quieran en sus vehículos, pero respetando las leyes y señales que el gobierno ha dispuesto para que el tráfico funcione de una manera eficiente y fluida.
En conclusión, para un adecuado funcionamiento del mercado, no es necesario pensarlas en términos de un dilema con posiciones extremas, sino que no es descabellada la idea de un equilibrio o punto intermedio entre una regulación total frente a una libertad absoluta del mercado, o en palabras de Aristóteles, una intervención virtuosa que busque un equilibrio entre estos dos extremos y que, complementada con el símil planteado, buscaría conformar un mercado semaforizado.

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(1)El Mercado se puede definir como el espacio en el que interactúan compradores y vendedores para el intercambio de bienes y servicios.
(2) Las virtudes. El perfeccionamiento humano y la felicidad. Revista Escala No. 167, junio 2003. México.
(3) Adam Smith decía que una “mano invisible” guiaba al mercado hacia la eficiencia. De ahí su famosa frase en La Riqueza de las Naciones: "…no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses que proviene de nuestra propensión a intercambiar una cosa por otra ”. El mercado determina precios y asigna recursos y bienes de manera eficiente cuando todos los actores defienden con egoísmo sus intereses.

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